Pandemia ficción. Capítulo 13: Elena, la más grande

Elena camina despacio hacia su cita con Tatiana en el restaurante con ese andar asimétrico que tiene desde niña. Ha salido con tiempo suficiente y, aunque el mundo que le rodea no está para demasiadas alegrías, ella canta. Desde las oficinas de Madrid los compañeros le cuentan: unos van a teletrabajar, otros no pueden, ningún caso hasta el momento. Ella sabe lo que es trabajar en casa hace años. Se siente tranquila, su rutina no va a sufrir demasiados cambios así que sigue cantando.

“Miedo, tengo miedo, miedo de quererte. Miedo, tengo miedo, miedo de perderte.” 

“La más grande”, le dice su mente y escucha un estruendo de aplausos que salen, no sabe bien de qué parte de su cabeza.

 Con voz baja cambia de una canción a otra, pero siempre Copla, y se diría que acompaña el  canturreo con ese baile involuntario de su caminar renqueante. 

Cuando lo recuerda, aunque hayan pasado muchos años, le duele como si fuera ayer. El pinchazo, el dolor y el grito de su prima. ¡Cuidado, Elena, una serpiente! 

Una víbora hocicuda le saltó al talón de Aquiles y le inoculó su potente veneno un día de domingo y arroz con anguila en La Albufera. El mismo día de su noveno cumpleaños,  que a punto estuvo de llevarse aquel cuerpo menudo de niña traviesa al otro barrio.

“Calma, se pondrá bien” Repetía el médico de urgencias que tardó en llegar y aplicó un suero antiofídico que la devolvió a la vida, eso sí , después de una espera dramática. “Que no mata esta bicha”, decía; pero…¿y lo que tardó en reaccionar? Que pudo haber pasado cualquier cosa.

Cuando llega al restaurante, el maître la saluda. La mascarilla entra y sale de su boca en cada respiración como si fuera el boqueo de un pez. Entonces la cabeza de Elena deja de tararear: “Si amanece y ves que estoy dormida…”

Al fondo en una mesa con las mejores vistas de la ciudad hasta el Mediterráneo Tati se levanta y la saluda, están a punto de darse dos besos como siempre que se ven , pero…

—Esto es un rollo, tú. ¿Cómo estás Tati? y le ofrece el codo para el contacto. Sobre la mesa la portada del diario que Elena lee: “El Gobierno declara el estado de alarma. Todos a casa” y que Elena comenta: ¡Mierda de bicho! ¡Qué vamos a hacer! 

—¿Al final te vas?— y al preguntar, Tatiana abre mucho los ojos, quizás espera que Elena le diga que no; pero Elena le responde que sí;  que está decidido, que deja Barcelona y se vuelve a tu tierra Che, al Cabanyal. Que está todo arreglado y se marcha en unos días o cuando coño se lo permita el confinamiento.

Las dos se echarán de menos, y se lo confiesan. Tatiana acaba de llegar de Madrid y Elena regresa a su tierra. Las dos mujeres —coincidencias de la vida— han comenzado una nueva aventura, un viaje iniciático sin guía espiritual, y ni falta que hace, que se bastan solas: ¡Hay que echarle huevos a la vida Tati!, dice Elena, y dobla su brazo en un gesto de sacar bíceps. Las dos se ríen.

—¿Por qué brindamos? —. Tati levanta su copa. Elena se toca el talón de Aquiles con la punta del zapato, que a veces le pica en la zona donde aún se distinguen dos pequeños agujeros, y levanta también su vino. 

—¡Por nosotras! —dice Elena—. Por las mujeres con agallas. Y por King Kong que voy a verme todas las versiones.

Tatiana ríe a carcajadas, sabe que es una de las películas preferidas de Elena, una friki del gorila que quizás, quién sabe, cosas de la política, gruña en catalán.

Las dos amigas comparten, por unos segundos, el silencio y la mirada de temor cuando se fijan en esa capa de niebla oscura que se acerca desde el fondo del horizonte, se deposita sobre el mar y avanza hacia el puerto.

De vuelta a casa Elena vuelve a tararear: Miedo, tengo miedo… 

Autor: Ceremón762: ¿Crónicas inspiradas en hechos reales…?