Pandemia ficción en Mercado Actual. Capítulo 4: "Sergio, el corpachón"

Sergio es corpulento, muy corpulento, su envergadura y su fortaleza le permitieron entrar en un cuerpo de élite de antidisturbios de la Comunidad. Allí trabajó durante diez años, hasta que unos hinchas radicales le reventaron de una paliza en los bajos de Azca.

Lo cogieron a traición, eran profesionales del lío y de la bronca. En una de las cargas para dispersarlos consiguieron apartarlo de sus compañeros y de pronto se vio en una emboscada, rodeado por seis animales a los que no pudo hacer frente. Lo golpearon hasta que perdió la conciencia. Tres meses en el hospital, varias brechas en la frente y una rodilla hecha mistos acabaron con su carrera policial. Y a partir de aquel suceso cambió de trabajo y de ciudad. Dejó la capital y se estableció en un pequeño pueblo de la sierra donde conoció a Charly que lo recomendó para el trabajo. Ahora dirige el departamento de postventa y garantías y muestra un alto nivel de empatía con todos los clientes a los que atiende, nada le enfada, nada le molesta, nada le duele desde la paliza.

Ha vuelto a hacer dieta, debe perder peso para que la rodilla no se encasquille: un poco de queso feta, un kiwi y un café solo. “¿Será por café?” Se dice él mismo en voz baja. Abre la puerta de un armario de su cocina y aparecen cientos de cápsulas de la misma marca -Brasilia intenso número 10- que la que se consume en la oficina. Desde hace meses, al tiempo que coloca una cápsula en la cafetera del trabajo, coge otra que introduce en su bolsillo con el mayor disimulo. Quién va a sospechar de un servidor de la justicia, un héroe.

Al héroe le llega un mensaje de WhatsApp. Lo lee y se encamina a la terraza. Sube las persianas para comprobar que, en efecto, como pone en el mensaje de Charly, “una mancha negra ha cubierto la capital y se acerca a las oficinas”, y que “qué hace, que es tarde”. La oscuridad aún no ha llegado a su pueblo, aunque si se fija un poco, puede ver esa masa turbia y pringosa que se desplaza como si fuera la manta de un cíclope que viviera en las alturas. Le da mala espina. No ha dejado de ser un sabueso experimentado.

Da un beso a sus hijos que ya no van al colegio -el confinamiento-, y allí están, a ver quién aguanta a los gemelos todo el día. “Esta semana va a ser dura”, murmura.

En efecto, se le ha hecho un poco tarde. Coge la mascarilla, las llaves del coche y la bolsa con la comida, se coloca la gorra donde puede leerse Police y acaricia a su perra al tiempo que le susurra en la oreja: “El mundo se desmorona, Wendolín, se va a la mierda” y cierra la puerta. Baja las escaleras despacio que la rodilla se atasca de nuevo.

Ya fuera, en la calle, observa cómo la negrura del cielo se extiende y cubre algunos pueblos de la Nacional 6 Madrid- A Coruña, “parece densa y pesada esa jodida nube o lo que sea, pero se mueve rápido”.

Suena el Smartphone, otro mensaje de WhatsApp de Charly lo deja alarmado y aprieta el acelerador.

Deja el coche fuera del parking de la empresa, recoge la bolsa con los cuatro recipientes con la comida que le ha indicado el nutricionista y abre la guantera. La pistola brilla. En la manaza de Sergio, parece un arma pequeña, de juguete, pero es una semiautomática curtida en varias batallas y con un calibre más que suficiente para abrirle a alguien un buen agujero en la cabeza a cien metros.

Oculta la pistola en la bolsa de la comida y camina despacio, ladeando su cuerpo de un lado a otro, mueve los dedos de la mano y recuerda el duelo de Neo con el Agente Smith en Matrix. Se detiene en la puerta unos segundos y mira hacia la arizónica, levanta el dedo índice, apunta a los pájaros que se amontonan de manera extraña y realiza un imaginario disparo. Se sopla la yema del dedo y guarda la mano en el bolsillo.

Autor: Ceremón762: ¿Crónicas inspiradas en hechos reales…?

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