Pandemia ficción. Capítulo 15: O'Brien, el escocés

El cercanías sale a la superficie desde la estación de Atocha. O´Brien, el escocés, ve ese borrón en el cielo que no deja ningún claro en el camino. Todo parece más oscuro y los picos de la sierra de Guadarrama están cubiertos por una masa velada.

En el cristal pasan las casas, los postes y las catenarias, el telesilla de la Casa de Campo y la imagen de su hijo montado en el triciclo que se lanza a toda velocidad hacia la calzada, con la cabeza baja, aerodinámico, sin medida del riesgo. Nadie lo detiene.

O´Brien como todos los padres con niños pequeños ha desarrollado una visión periférica que abarca un gran espacio a su alrededor y eso le permitió ver la amenaza que se cernía sobre el crío. 

Se ve a sí mismo en la ventanilla correr desesperado y lleno de miedo. "Sólo pensar que no hubiera llegado a tiempo". Cuando lo atrapa, a menos de un metro del bordillo, tiene ganas de zarandearlo, de hacerle ver el peligro; pero no tiene tiempo. Para frenar el triciclo ha dejado solo a otro de sus hijos pendiente de la silla del bebe. No están, han desaparecido. Vuelve a tomar carrerilla, esta vez con el pequeño en brazos que no para de llorar y en la otra mano el triciclo. Corre, corre y cuando sube la calle empinada ve a su chica, con la silla y el otro enano. A O´Brien se le sale el corazón por la boca.

Ella lo mira, quiere reñirle, pero sabe que no es momento de broncas. También el mensaje.

O´Brien aparte la mirada de la ventana y el paisaje urbano, se recoge el pelo en una coleta larga, muy larga, casi pelirroja, como de escocés, respira hondo y saca el móvil. Ya ha leído más de cien veces desde el viernes ese mensaje: “…lamentamos comunicarles que la actuación que se iba a celebrar el próximo 31 de marzo en las instalaciones del polideportivo de la ciudad, con motivo de las fiestas patronales, ha quedado suspendida por el estado de alarma…”

—Y ahora qué —le dijo a su chica. Ya son cinco las anulaciones. Nos quedamos sin bolos. Vamos a tener que hacer malabares. 

Con tres críos siempre hace falta un empujón y además de su sueldo como gestor postventa los conciertos le proporcionaban un colchón que le ayudaban en el día a día y podía permitirse algunos caprichos. "Qué incertidumbre" se dice y abre interrogación: ¿Y los niños sin colegio? y otra más ¿Cómo nos apañaremos? 

El tren que va casi vacío se ha detenido en su estación. Hasta la oficina O´Brien camina a diario y en voz baja suele tararear los temas con los que siempre ha triunfado en las ferias de los pueblos con su banda, aunque al final, siempre termina con algún clásico de Metallica o Guns and Roses como Sweet Child O' Mine con la que ganó el concurso de Míster Karaoke del camping de Aranjuez. 

En el camino también le dio tiempo a pensar que debía estar más atento, que lo que pasó con los críos el viernes, por cierto viernes y trece,  no podía repetirse. Recordó por un momento sus propio parte de accidentes: fractura de cráneo con siete años al caerse por las escaleras, atropellado por un sidecar a los ocho, rotura de clavícula jugando al fútbol con doce, y aquella ocasión en la que casi pierde un ojo una aciaga noche de concierto en la que unos animales le tiraron botellas al escenario porque no cantaba Paquito el Chocolatero.

En quince minutos había llegado a la calle de la oficina. En algunos puntos de la caminata la nube había bajado lo suficiente como para envolverlo,  parecía que los elementos se estaban conjurando para traer el caos.

Con la cabeza ya en el trabajo pensó que lo primero que tenía que hacer era hablar con ese cliente que ha devuelto unos AirPods llenos de cera de las orejas. 

Y dice en español: ¡Manda cojones! Y dice en su inglés con acento de chulapo de Lavapiés ¡Fuck! 

Autor: Ceremón762: ¿Crónicas inspiradas en hechos reales…?